domingo, 30 de diciembre de 2012

636124024 Una ceremonia íntima. (In memoriam Angel Campos Pámpano tras cuatro años sin él)

 


         La cuestión, ya lo he dicho públicamente, es si vamos a querer o poder sustraernos a la poderosa tentación de convertir cada acto literario, cada reflexión, cada presentación, cada edición o cada lectura en un velado (o no tanto) homenaje a Ángel Campos Pámpano. Y si esa tentación no será una seductora invitación a la contemplación de la obra, mera devoción estática/extática, y no tanto a la continuidad de la acción. Como soy un confeso mal lector de poesía (lo que no impedía a Ángel regalarme sus obras, quizá con afán redentor), puedo quizá apreciar en mayor medida que sus devotos lectores esa otra faceta imprescindible del ciudadano Pámpano, la del hombre de acción, la del aventurero cultural, la del activista poliédrico, la del imprescindible agitador de nuestra vida político-cultural fronteriza. Ángel trascendía (bueno, quizá condescendía) de su labor literaria, la que perdurará, y se enfrascaba en todo tipo de correrías culturales, esas cuyo recuerdo sea quizá más débil y más necesitado de protección, de divulgación y, sobre todo, de continuación. Desde el punto de vista de su obra, ya esta dolorosamente todo dicho; desde el de su activismo cultural, tenemos nosotros la palabra. Ángel puede ser sólo un estante de nuestra librería o puede ser el fermento de todo lo que se ha cocido y debe seguir cociéndose en ese ámbito que el trazó concienzudamente, el de las relaciones literarias y culturales en general entre España y Portugal. Hagamos en estos meses los homenajes y las conferencias que le debemos, para poder ponernos manos a la otra obra allí donde él la dejó. Y no incurriré en la cursilada de escribir “como él hubiera querido”, sino en la menos amable “incluso aunque él no lo hubiera querido”. Ahí radica la diferencia entre el llantito de juegos florales (que algo de eso ha habido) y el poder autoritario de la necesidad, de lo que hay que hacer, de lo que se nos impone como un deber por encima de las humanas flaquezas, de sus minucias, de sus orgullos y de sus ocasionales mezquindades

            Se nos tardó nada en morir el amigo y se resiste poderosamente a irse su presencia, que gravita como una sombra, aunque amable, entre nosotros. De lo que se trataría es de que el recuerdo sea fecundo, y no mero y melancólico circunloquio autocomplaciente. Era tanto hombre que ha habido que enterrarle varias veces y muchas más harán falta cotidianamente para que la solapa de su recién publicada “La vida de otro modo” suene extraña al hablar en un desgarrado presente. “Ángel C. Pámpano es” dice el inesperado hagiógrafo “profesor, poeta, editor y traductor”. “Es”, qué paradoja. Lo que iba a ser tan sólo un punto y seguido en su obra, una parada para tomar aliento, ese volumen de “Poesía 1983-2008”, se ha convertido inopinadamente en sus “Obras completas”. Eligió para titularlas un verso de un poema dedicado al amigo común que felizmente nos unió a lo largo de muchos años de idas y venidas, de cosas de la política, de cosas de Portugal, de cosas de la cultura extremeña. Un poema modificado a última hora sobre la versión original, por cierto. Habíamos hablado más de lo habitual en estos últimos meses, antes del agitado proceso de las pruebas médicas y del “chungo, chungo”, de los desesperados intentos por parar aquella atrocidad incomprensible de las pedestres células vengativas frente a tanto etéreo espíritu inalcanzable.
 
                    Con Gamoneda y Angel Campos en la presentación de Espacio/Espaço Escrito en el Instituto Cervantes de Lisboa.
           
             He asistido aturdido a dos de sus cuatro entierros (el funeral de San Vicente y las cenizas confiadas a las raíces de un joven árbol en el jardín del Instituto Español de Lisboa, apenas una docena de personas), y he sabido de los otros dos por los amigos elegidos para esas ocasiones. Ahora me toca la ceremonia íntima que nos está reservada a cada uno, el primer paso del olvido, el nuevo rito fúnebre de la inhumación digital, buscar su número en el móvil y ordenar con un escalofrío “Eliminar”. Y la máquina, con un deje de asombro: “¿Eliminar Angel Campos?”. Y aunque uno desearía elegir “Cancelar”, y devolver al amigo a la agenda y a la vida, lo que toca es, en efecto, “Eliminar”. Que es lo que acabo de hacer.

Texto publicado en primavera de 2009

 
                 
                                                  

La anciana de Odessa.

En un barrio relativamente céntrico de la ciudad, seguíamos con el conductor y la traductora al coche con los miembros de la Mesa Electoral y la urna móvil. Entre los bloques de viviendas había espacios arbolados con senderos trazados por los coches de los vecinos. No eran calles, ni caminos con una disposición consciente, sino franjas de tierra irregulares y desmatadas por el paso de los vehículos para acercarse a los portales que se abrían a esos amplios y laberínticos espacios interiores. A los lados, los matorrales crecían altos y ajenos.

Las misiones de observación electoral no son quizá la mejor manera de conocer un país, pero desde luego son muchos más ilustrativas que las visitas turísticas. Los colegios electorales están en todos sitios, desde los centros de las grandes ciudades a las pequeñas aldeas del mundo rural. Y no hay selección de interlocutores, por lo que puedes escudriñar a todo tipo de personas en todo tipo de ambientes. En octubre tuve ocasión de volver a Ucrania para una de estas misiones internacionales, como parte de la actividad de la Asamblea Parlamentaria de la OSCE. Hacían falta observadores en la zona de Odessa, Kiev estaba bien cubierta, y tres diputados españoles optamos por desplazarnos, tras las sesiones de información del viernes y mañana del sábado, a la ciudad del mítico Potemkin. El aeropuerto de Odessa es de la serie “basic”. Las maletas se entregaban en un rustico tablón de aglomerado apenas protegido de la eventual lluvia por un tejadillo en un espacio sin paredes. El hotel hacía un sincero esfuerzo por no desmerecer al aeropuerto, especialmente si se llegaba de noche; se accedía por un oscuro y desangelado patio interior, se pasaba debajo de una conducción aérea de gas y se llegaba a una destartalada portada, desde la que había que subir a un cuarto piso para encontrar la, digamos, recepción. El ascensor era nuevo y moderno, pero descubrimos que subir por las escaleras era mucho más emocionante: grietas que dejaban ver el piso inferior, juguetes infantiles en las puertas, desconchados, cables al aire, enigmáticos datos escritos con lápiz en las paredes. Y al llegar arriba, por supuesto, las cortinas; las extrañas y remilgadas cortinas que ratifican las pretensiones del lugar en los países del este. Materia suficiente para otro post, que no éste.
             La comitiva electoral que trajinaba por las zonas interiores de unos bloques grises estaba compuesta por cuatro jóvenes miembros de la Mesa electoral y un no menos joven policía. A media mañana, como en muchos otros sistemas electorales, una comisión de la Mesa salía del colegio para visitar a aquellos electores que habían alegado no poder desplazarse hasta el lugar de votación. Antes, se rellenaban impresos, se contaban papeletas, se revisaban los sellos y se rellenaban más impresos. Luego, se rellenaban algunos impresos más. Finalmente, los observadores internacionales seguían en el suyo al coche en el que viajaba la urna sellada y los amables ciudadanos responsables de esa sección electoral. La escalera del bloque era estrecha y oscura, y en sus rincones dormitaban botellas vacías y suciedad. Más suciedad que botellas, para ser sinceros, pero las botellas llamaban más la atención. Las puertas de las viviendas pretendían dar una impresión de solidez que no alcanzaban a transmitir, pero sí mostraban por ello que incluso en los lugares más modestos (bueno, pobres, qué tontería) las personas temían visitas no deseadas.
 
Abre la puerta una mujer menuda de mediana edad, que invita a pasar. Nos preguntan a los extranjeros si queremos hacerlo. Queremos, porque una irresistible curiosidad por conocer una modesta vivienda ucraniana puede más que la confianza en que los delegados harán correctamente su labor, vigilados unos por otros. Sólo el policía se queda en el descansillo. La mujer nos conduce a un cuarto en cuya cama yace una anciana. Allí dentro no sucede nada de particular, aparentemente. Una anciana ciudadana ejerce su reciente derecho al voto. No ha votado mucho en unas verdaderas elecciones en su larga vida. Es el escenario el que otorga a la escena todo su dramatismo. La mujer aparentemente vive en su cama y, en una mezcla de síndrome de Diógenes y mera necesidad de tener sus cosas a mano en sus largas soledades, acumula en su destartalado cuarto todo tipo de objetos y bolsas de plástico. En nuestro país esta mujer sería hace muchos años una forzosa paciente de los servicios sociales. Aquí es una anciana enferma que ha hecho venir hasta su cama a una delegación de su mesa electoral para no perder la ocasión de votar.

 
 
 
 
Es esa voluntad la que me conmueve. No parece que haga lo mismo para recibir atenciones que obviamente necesita, médicas, de compañía, de pura y básica higiene. Pero sí ha querido, contra toda su aplastante circunstancia personal, votar en las elecciones. Seguramente procurará no agobiar a su nieta, la que nos ha abierto y con toda seguridad no vive allí, con muchas peticiones, huirá de molestar y resultar una carga más para ella o el marido de ella. Pero sí esta vez, sí para votar. Para votar ha puesto en marcha el mecanismo, seguramente complejo y burocrático, y ha convencido a su nieta para que espere con ella a la comitiva habitual y, en este caso, la inesperada, unos silentes señores extranjeros que parecen seguir con interés la demorada liturgia. Incorporarse, buscar el documento de identidad en varias bolsas de plástico, examinar las enormes papeletas, musitar palabras a la joven responsable electoral, llamar a la nieta, poner una cruz temblorosa y quizá buena parte de su esperanza en una casilla de la veintena que se le ofrecen, y no abdicar de su ciudadanía, por más que cualquiera hubiera entendido que no lo hubiera hecho. Hay algo de comunión felizmente pagana en esa vieja molida por la vida, casi ajena ya a todo, extendiendo su nudosa mano hacia un joven que se inclina y le ofrece la urna transparente. No puedo evitar pensar en tantos jóvenes españoles descreídos de este rito, incluso en un sistema político que está años luz de éste, imberbe, balbuceante, todavía corrupto y difícilmente homologable. Un sistema que saldrá adelante, con todas las dificultades, mientras haya viejas enfermas como ésta de Odessa que ha puesto a su servicio por unos minutos a todo su Estado (y a parte del nuestro) para, sencillamente, votar.

He visto a estas personas en algunos sitios, en otras casas humildísimas con las mismas nietas solícitas. En los colegios rurales de Veliky Dalnik en los que los críos recitaban nombre de futbolistas españoles. En los barrios acomodados del centro, servidos por estrictas funcionarias estatales. En los minutos de pausada disertación de una delegada electoral de un partido quejándose del mal funcionamiento de las cámaras de video que debían registrar la jornada. En el hospital de Yerevan en el que las zonas de pago eran, dentro de la más estricta modestia, tan diferentes de los pasillos atestados de pacientes de la cobertura pública. He visto a tanta gente querer votar, querer sobre todo votar, que lamento que ese impulso primario del hombre contemporáneo pueda verse frenado en España por un sentido crítico respecto del sistema político que lo que debería precisamente hacer es impulsar a votar, para mejorarlo, para cambiarlo, para sustituirlo, para refutarlo, pero votando.


#thesecretlifeofalowerchamber

#thesecretlifeofalowerchamber es el título genérico de una serie de imágenes tomadas con iPhone y sin mayores cuidados formales que muestran rincones y detalles del Congreso de los Diputados. Estos "espacios de K dimensiones" de nuestra cámara baja no reflejan su vida institucional, sino su pálpito interior mediante la revelación y subrayado de sus lugares supuestamente “in-significantes”, es decir, los intersticios sin significado aparente, los vacíos, los objetos descontextualizados o las texturas y rastros de los oropeles connaturales a una idea (bastante obsoleta, por cierto) de la dignidad institucional. Los no-sitios del poder. La tesis de los "espacios de K dimensiones" fue formulada en algún momento inconcreto de los años ochenta por un autor cuyo nombre no recuerdo y publicada en "Los Cuadernos del Norte", que dirigía Juan Cueto "como quien mea". Se me quedo grabada y esta es la prueba.
 

sábado, 29 de diciembre de 2012

#vanitas

#vanitas es el título genérico de una serie de imágenes tomadas con iPhone y sin mayores cuidados formales que muestran lo duro que es ser oveja en tiempo de lobos. Se trata de cadáveres de animales encontrados en paseos por el campo, por lo general en los alrededores de Mérida y del Lago de Proserpina. Muy en contra de una primera impresión esta serie no tiene ninguna pretensión: ni simbólica, ni moral, ni nada.


#thesecretlifeofalowerchamber Espacios institucionales "de K dimensiones".


#thesecretlifeofalowerchamber (s.t)
#thesecretlifeofalowerchamber es el título genérico de una serie de imágenes tomadas con iPhone y sin mayores cuidados formales que muestran rincones y detalles del Congreso de los Diputados. Estos "espacios de K dimensiones" de nuestra cámara baja no reflejan su vida institucional, sino su pálpito interior mediante la revelación y subrayado de sus lugares supuestamente “in-significantes”, es decir, los intersticios sin significado aparente, los vacíos, los objetos descontextualizados o las texturas y rastros de los oropeles connaturales a una idea (bastante obsoleta, por cierto) de la dignidad institucional. Los no-sitios del poder. La tesis de los "espacios de K dimensiones" fue formulada en algún momento inconcreto de los años ochenta por un autor cuyo nombre no recuerdo y publicada en "Los Cuadernos del Norte", que dirigía Juan Cueto "como quien mea". Se me quedo grabada y esta es la prueba.



 

miércoles, 26 de diciembre de 2012

De Twitter al gótico flamígero (Excusatio non petita)

Este gesto es una involución. Una rendición al fárrago y la disgresión. Una abdicación, pues, de la contención y del preciso pulido de los breves kilates de Twitter. Una cagada en toda regla. Ahora, falsamente liberado de la opresión de los tasados caracteres, todo será premioso y redundante, barroco y curvilíneo, reiterativo y didáctico. La coartada expresa es previsible, hace falta más espacio para explicar posiciones matizadas y desarrollar argumentos complejos. En realidad es que siempre resulta más fácil manejar una hormigonera argumental que tallar una brevísima gema. Las palabras, las abundantes palabras, son tan mullidas y dóciles. Tan narcóticas. Zzzzzz......