(Al hilo de unas declaraciones tituladas en la prensa "Saramago profetiza que Portugal y España acabarán siendo Iberia" y para una encuesta de la Universidad de Évora al respecto, en 2007).
No estoy seguro de que Saramago no estuviera haciendo sólo
prospectiva más que expresando un deseo actual. Pero es igual, la lectura
mediática ha sido clara, Saramago propone. Y es que no acabamos de salir del
periodo de psicosis en las relaciones Portugal España. Seguimos, bajo nuevas
fórmulas, ensayando incansablemente, culpable desinterés de una parte y todas
las formas posibles de reticencia de la otra. Nada nuevo, ¿verdad?. Con mucha
mayor concisión lo hizo ya en 1994 José Manuel de Mello con aquel abrupto
“¡Façamos a Iberia!” en el Expresso.
En el fondo no se trata más que de otra
manifestación de un estado de opinión muy corriente en algunos intelectuales
portugueses e incluso en parte de la opinión pública informada. Consiste en
idealizar la realidad española para luego usarla de boomerang contra las reales
o supuestas deficiencias portuguesas. Me refiero al uso y al abuso de la
comparación con España para criticar a los sucesivos gobiernos portugueses,
para mostrar las supuestas incompetencias, sumisiones o errores de sus élites,
para certificar la debilidad de su sociedad civil o la lentitud de las reformas
necesarias. Para todo ello, no es infrecuente en Portugal recurrir a una
desmesurada idealización de la realidad española, que aparece con caracteres
idílicos, como premisa para la consecuente crítica del sistema político,
económico, social o cultural portugués. Un simple paseo por Barcelona o una
conversación con un taxista madrileño autorizan a pensar y escribir que España
es un país dinámico, lleno de oportunidades y de excelentes servicios, mientras
que Portugal es un desastre sin paliativos. Ya me gustaría a mí vivir en esa
España que tantas veces se describe en Portugal. Yo debo haber estado viviendo
en otro país los últimos cuarenta y siete años.
Y cómo fórmula extrema de este tipo de
argumentaciones, aparece claro, la provocación en su grado máximo: más nos
valdría integrarnos en España. Se trata de espolear los gobernantes, a los
líderes, a los creadores de opinión. Se trata de eso, de provocaciones de
personas inteligentes que aman a su país y que quieren sacudirlo de esa cierta
somnolencia o pesimismo poniéndoles al borde del abismo de la propia
desaparición. Pero desgraciadamente, también por esta bienintencionada vía se
despiertan peligrosos fantasmas históricos y no sólo las energías patrias. Se
espolea a la opinión pública portuguesa, pero usando como látigo la relación
con España o la propia presencia silente del vecino peninsular. Está por ver si
el estímulo surte el efecto deseado en los portugueses respecto de su realidad
nacional, pero parece claro que lo que puede correr riesgo es su percepción de
España y de las relaciones con España. Una España traída a cuento sin quererlo
ni buscarlo. Porque no es tan difícil pasar del juego intelectual incluso
frívolo del “seamos absorbidos por España” al históricamente peligroso “España
quiere absorbernos”. Y no hay nada de eso, pues se trata de una discusión
puramente “luso-portuguesa”.
La única ventaja de la hipótesis
Saramago es que no haría falta cambiar el nombre de la línea aérea. Por lo
demás, tiene tantos visos de realidad como la propia balsa de piedra. Para que
se produjese una integración de ese tipo, en primer lugar sería necesario que
unas cuantas decenas de millones de españoles descubriesen con sorpresa que
entre la meseta y el Atlántico existe una vieja culta y rica nación llamada
Portugal. Y una vez rescatada del reino de las quimeras, además de saber de su
existencia, que se escuchara y se conociera Portugal. "O que nao é para já", me
malicio.
No hay comentarios:
Publicar un comentario