lunes, 4 de marzo de 2013

Saramago propone?


       (Al hilo de unas declaraciones tituladas en la prensa "Saramago profetiza que Portugal y España acabarán siendo Iberia" y para una encuesta de la Universidad de Évora al respecto, en 2007).
 
No estoy seguro de que Saramago no estuviera haciendo sólo prospectiva más que expresando un deseo actual. Pero es igual, la lectura mediática ha sido clara, Saramago propone. Y es que no acabamos de salir del periodo de psicosis en las relaciones Portugal España. Seguimos, bajo nuevas fórmulas, ensayando incansablemente, culpable desinterés de una parte y todas las formas posibles de reticencia de la otra. Nada nuevo, ¿verdad?. Con mucha mayor concisión lo hizo ya en 1994 José Manuel de Mello con aquel abrupto “¡Façamos a Iberia!” en el Expresso.
         En el fondo no se trata más que de otra manifestación de un estado de opinión muy corriente en algunos intelectuales portugueses e incluso en parte de la opinión pública informada. Consiste en idealizar la realidad española para luego usarla de boomerang contra las reales o supuestas deficiencias portuguesas. Me refiero al uso y al abuso de la comparación con España para criticar a los sucesivos gobiernos portugueses, para mostrar las supuestas incompetencias, sumisiones o errores de sus élites, para certificar la debilidad de su sociedad civil o la lentitud de las reformas necesarias. Para todo ello, no es infrecuente en Portugal recurrir a una desmesurada idealización de la realidad española, que aparece con caracteres idílicos, como premisa para la consecuente crítica del sistema político, económico, social o cultural portugués. Un simple paseo por Barcelona o una conversación con un taxista madrileño autorizan a pensar y escribir que España es un país dinámico, lleno de oportunidades y de excelentes servicios, mientras que Portugal es un desastre sin paliativos. Ya me gustaría a mí vivir en esa España que tantas veces se describe en Portugal. Yo debo haber estado viviendo en otro país los últimos cuarenta y siete años.
         Y cómo fórmula extrema de este tipo de argumentaciones, aparece claro, la provocación en su grado máximo: más nos valdría integrarnos en España. Se trata de espolear los gobernantes, a los líderes, a los creadores de opinión. Se trata de eso, de provocaciones de personas inteligentes que aman a su país y que quieren sacudirlo de esa cierta somnolencia o pesimismo poniéndoles al borde del abismo de la propia desaparición. Pero desgraciadamente, también por esta bienintencionada vía se despiertan peligrosos fantasmas históricos y no sólo las energías patrias. Se espolea a la opinión pública portuguesa, pero usando como látigo la relación con España o la propia presencia silente del vecino peninsular. Está por ver si el estímulo surte el efecto deseado en los portugueses respecto de su realidad nacional, pero parece claro que lo que puede correr riesgo es su percepción de España y de las relaciones con España. Una España traída a cuento sin quererlo ni buscarlo. Porque no es tan difícil pasar del juego intelectual incluso frívolo del “seamos absorbidos por España” al históricamente peligroso “España quiere absorbernos”. Y no hay nada de eso, pues se trata de una discusión puramente “luso-portuguesa”.
         La única ventaja de la hipótesis Saramago es que no haría falta cambiar el nombre de la línea aérea. Por lo demás, tiene tantos visos de realidad como la propia balsa de piedra. Para que se produjese una integración de ese tipo, en primer lugar sería necesario que unas cuantas decenas de millones de españoles descubriesen con sorpresa que entre la meseta y el Atlántico existe una vieja culta y rica nación llamada Portugal. Y una vez rescatada del reino de las quimeras, además de saber de su existencia, que se escuchara y se conociera Portugal. "O que nao é para já", me malicio.

 

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