domingo, 24 de marzo de 2013

#SIGS Forth Bridge. El puente de los ocho millones de remaches y los cincuenta y siete fantasmas obreros (I).

#SIGS El sistema de información geográdfico-sentimental es una aplicación que rememora lugares y sensaciones personales. No es una guía, pero conserva un punto de incitación a la visita.

Forth Bridge. El puente de los ocho millones de remaches y los cincuenta y siete fantasmas obreros.
         Y de las cincuenta y cuatro mil toneladas de acero necesarias para construir los tubos del gigantesco mecano. Y de los siete mil galones de pintura roja que necesita cada año para lucir en todo su geométrico esplendor y que sigue fabricando la misma empresa que la suministró durante su construcción, hace más de cien años. La inevitable leyenda urbana asegura que una brigada de pintores trabaja sin descanso sobre la estructura, pues cuando ha acabado en un extremo debe empezar por la otra punta de la cadena de esqueletos fósiles. Eso parece el puente, una fila formada por los rígidos huesos congelados de tres monstruosos saurios sorprendidos por la inmortalidad mientras cruzaban ordenadamente el estuario.


El Forth ha sido, pues, una bendición centenaria para sus empresas de mantenimiento, pero también para los amantes de los puentes, entre los que no es difícil encontrarme. Alcántara es un hermoso puente sobrio, a pesar de que su tablero no conserva su original trazado romano en subida, tras su remodelación del siglo pasado. El Ponte Vecchio florentino es un bello ejemplar urbano, transportando la ciudad a sus espaldas de un lado al otro del Arno, parasitado por las casas. El puente Carlos praguense es una larga invitación al paseo nocturno y al repaso del santoral. El de las cadenas de Budapest es demasiado canónico, fríamente elegante. Los londinenses son decididamente feos, sin alma, especialmente el apastelado Tower. El Rialto veneciano es demasiado escenográfico, como puesto ahí para gozo de los vedutistas. Los parisinos son ornatos vicarios, hechos para aderezo de la ciudad en derredor. El de Brookling cruje por tener que soportar el peso, no sólo de sí mismo y del tráfico, sino también el de tanta inversión sentimental de los amantes del cine, resistiendo bien las tres pesadas cargas, todo hay que decirlo. Para los nuevos nos falta perspectiva; el hecho de que los de Calatrava gocen de tanta popularidad no parece anunciar que vayan a envejecer bien; los colgantes del tipo de San Francisco o Lisboa son demasiado parecidos, poco personales; los nuevos atirantados, desde los modelos más modestos, como el de Badajoz, hasta los enormes de Lisboa o Malmö, son asimismo concreciones de un modelo ideal, todos con ese aire de familia repeinada del mismo lado.

(Cont.)

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