lunes, 25 de marzo de 2013

#SIGS Forth Bridge. El puente de los ocho millones de remaches y los cincuenta y siete fantasmas obreros (II)

Los puentes que perduran parecen requerir una infancia de patitos feos, de miradas esquinadas y bromas en los periódicos. Tal nuestro Forth, de quien dijo el entonces árbitro de la elegancia victoriana William Morris que era el prototipo supremo de la fealdad. Y, sin embargo, ha ido ganando con las décadas, quizá porque sus pretensiones originales eran puramente ingenieriles, nada modestas desde luego, pero técnicas al fin y al cabo, sin concesiones a lo arquitectónico o lo estético en el sentido más lato del término. Ni un adorno, ni un emblema visible, ni una voluta, un friso o un remate artístico. Puro juego de tensiones y resistencia de materiales. Y sin embargo tan bello, tan poderoso, tan magnético, tan sugestivo, tan majestuoso, tan imponente.
Sí, es cierto, hay también algo de chulería, de desafío, de reto a las galernas del Mar del Norte que acabaron con su directo antecesor en un accidente que obligó a repensar la forma de salvar los estuarios escoceses. En 1878, Thomas Bouch había sido nombrado caballero tras culminar la construcción del nuevo puente sobre la ría del Tay que daba acceso a la ciudad de Dundee, al norte de Edimburgo. Era una obra de las entonces convencionales, metálica y con numerosos apoyos en el lecho marino, pero se vino abajo con una fuerte tormenta en una noche de diciembre de 1879, llevándose consigo setenta y cinco vidas, el prestigio y, al cabo, la salud de su creador. Entretanto, el desdichado Bouch había recibido el encargo de otro puente sobre el estuario del Forth, en Queensferry Narrows, a unos pocos kilómetros del centro de la capital escocesa. Los nuevos encargados del proyecto, Baker y Fowler, idearon una maciza estructura volada que cuanto más peso lateral soportaba , más comprimía los puntos de apoyo contra el suelo, y todo a una escala ciclópea hasta entonces desconocida. En 1890 el Príncipe de Gales ajustaba simbólicamente el últimos de los ocho millones de remaches metálicos abriendo al tráfico ferroviario uno de los puentes más caros hasta entonces construidos.
 
(Cont.)

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