viernes, 1 de febrero de 2013

#documentoregionaldeidentidad Nostalgia del futuro (I).



          Hoy Extremadura es una tierra sustancialmente conforme con su identidad regional y con su sólido anclaje en la identidad común española. En los comentarios de nuestra prensa, en las reflexiones de los pensadores, y en la propia actitud vital de los extremeños se viene reflejando en los últimos años una creciente satisfacción con el hecho regional. Pero esta no era la situación hace veinte o veinticinco años. En esa época no existía una conciencia de pueblo, ni siquiera el atisbo de que esa identidad común pudiera lograrse en este corto plazo de tiempo. Extremadura había sido para sus habitantes un mero espacio administrativo en el que convivían entre roces y desconocimiento dos provincias, éstas sí más asentadas en la conciencia popular. A ello contribuían el difícil equilibrio de cualquier entidad con dos centros de gravedad y unas divisiones administrativas que parecían diseñadas para separar concienzudamente a las dos sociedades. Cáceres, de influencia cultural más castellana, se giraba hacia el centro y el norte en lo político, lo económico, lo cultural, lo educativo, lo militar e incluso lo religioso. Badajoz hacía lo propio hacia Andalucía. No en vano se decía tópicamente: “Extremadura, dos: Cáceres y Badajoz”.

 
La identidad extremeña ha tenido que ir forjándose a base de convertir esas tendencias centrífugas en movimientos centrípetos, convirtiendo dos espirales contiguas que se abrían hacia fuera en un sola espiral que busca su propio centro. Y ese cambio de tendencia ha tenido que ir encajándose en cada parcela de la vida política, social, económica y cultural. En Extremadura correspondió a las recién creadas instituciones regionales extremeñas llevar en primer lugar esa novedosa antorcha de la estrenada identidad política. Y ello en un ambiente que aún invitaba más al escepticismo y la desmovilización, sujeto todavía a localismos y a las tendencias disgregadoras descritas. Los medios de comunicación regionales asumieron pronto y con gran eficacia el acompañamiento de esa tarea de creación de una identidad propia allí donde antes parecía haber identidades provinciales parciales y excluyentes. La Universidad, poco a poco, comenzó también a serlo, no sólo de Extremadura, sino también “para” Extremadura, volcando el enorme caudal de conocimientos que iba atesorando sobre la realidad circundante más cercana.
Los ochenta fueron la época del autoreconocimiento, del descubrimiento de la rica realidad pasada de la región y de las potencialidades de su presente. En lucha contra los intentos por mantener a Extremadura en una posición política y económicamente dependiente, en casos como el de la segunda central nuclear que se construía o el absentismo de los grandes propietarios, se forjaba una personalidad social crítica y reivindicativa. Extremadura levantaba la voz por primera vez en siglos, y no para desmarcarse del proyecto político español, sino para reforzarlo desde la periferia, recordando los deberes solidarios de todos los territorios. De ese proceso quedó ya para siempre un cierto orgullo que se expresaba de modo espontáneo en hechos intrascendentes pero significativos, como la proliferación extraordinaria del uso de la bandera regional en los ochenta de los modos más insospechados e imaginativos.

(Cont.)

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