sábado, 2 de febrero de 2013

#documentoregionaldeidentidad Nostalgia del futuro (y II)


         El siguiente paso ha sido el surgimiento de una sociedad civil extremeña. En los ochenta había una excesiva presencia de las instituciones y un déficit de sociedad. Antes, todo era la Junta, o el Gobierno, o las Diputaciones o los Ayuntamientos. Nada parecía moverse si no era con el concurso del impulso o la financiación pública. No hay de qué extrañarse; Extremadura, por los problemas históricos que arrastraba, carecía de una articulación social suficiente, lo que otorgaba el protagonismo de muchos procesos sociales a los poderes públicos. Afortunadamente, y siendo conscientes de que esa situación era entonces difícilmente evitable, conseguimos que no se enquistara definitivamente y que, poco a poco, comenzara a surgir una actividad social autónoma que se salía del circuito tradicional del poder público. En efecto, en los noventa hemos visto como hay ya una evidente autonomía y un creciente protagonismo de un tejido social nuevo, eminentemente de clase media, que asume un papel dinamizador. Trabajosamente, pero con firmeza, está surgiendo esa sociedad madura que hasta ahora estaba, como si de una minoría de edad se tratase, oculta por la omnipresencia de las instituciones. Ha aparecido una Extremadura real, hasta hace poco difuminada tras los visillos de la Extremadura oficial.

En mi opinión, los extremeños aún estamos inmersos en este proceso de reacomodación de papeles. La cuestión que se plantea en Extremadura es si a este ajuste de funciones y a esta emergencia innegable de una sociedad hasta hace poco inexistente le acompaña un proceso de integración regional y de asunción de una identidad colectiva que nos asegure una cierta solidez del entramado que estamos estrenando.  
        Desde este punto de vista la sociedad extremeña parece encontrarse en un cruce de caminos. Y en vez de optar por encontrar nuestra vía de reconocimiento colectivo en una exaltación del pasado, una historia con la que tenemos una relación más bien de conflicto, hemos optado por basar nuestra identidad en los proyectos conjuntos de futuro. Somos el atisbo de lo que seremos, nos definimos más por lo que pretendemos que por lo que fuimos. A esta extraña y paradójica sensación se la ha denominado “nostalgia del futuro”, añadiendose que cuando un pueblo no ha tenido una edad de oro, es que esa época le está esperando en algún recodo del futuro. Pero no es la nuestra una espera pasiva de ese momento, sino una entrega activa a nuestras tareas colectivas, un esfuerzo para hacer realidad esa sensación esperanzadora de que, por fin, lo vamos a conseguir.
 

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