lunes, 14 de enero de 2013

Adalid-Todorov. De nuevo sobre las raíces cristianas de Europa. (I)


Excusatio.
 
Se nos escapan las esgrimas intelectuales más memorables, distraídos con tanta palabra previsible y tanto discurso circular. Pasó Todorov por Yuste y habló de Europa y de su brumosa identidad. Y a los pocos días, Sánchez Adalid retomó el asunto en uno de esos artículos que tanta gente dice leer y que me temo que no tanta gente lee. Tengo a Adalid por una persona culta y, además, inteligente. Apenas le conozco personalmente, algún saludo en un acto social y poco más, y para mi pesar tampoco he leído sus novelas. Aprecio, como en todos los demás que la ejercen, su vocación de intervención pública, de opinión, de aportación de ideas y de sacudir (y sacudirse) el marasmo que amenaza desde siempre nuestra roma vida intelectual regional. Sus artículos son sólidos, a veces demasiado sólidos en lo formal, envarados quizá, parece faltarles una pizca de humor, ironía o distancia. Pero suelen ser reflexiones interesantes y hay en ellas siempre una cierta reivindicación de la vida intelectual fuera de los círculos capitalinos y de los focos mediáticos. Lo que no es poco mérito viniendo de quien podría estar desarrollando su vida y su carrera literaria precisamente bajo esos focos. Le envidio especialmente su sastre, eso sí.




Tenía registrado vagamente en la memoria otro artículo suyo de hace un tiempo sobre la misma cuestión de la identidad europea y su relación con el cristianismo. Fue un asunto de debate público cuando se propuso hacer una referencia al cristianismo en la introducción del non nato Tratado Constitucional y me parecía recordar que al respecto se pronunció nuestro convecino. No fue difícil recuperar el texto de 2006 en la hemeroteca digital del Hoy. Se titulaba “¿Qué ha aportado a Europa el cristianismo?”. El de estos días se llama “El triste reino de Perogrullo” ( http://www.hoy.es/20080622/opinion/triste-reino-perogrullo-20080622.html ) . Leídos uno tras otro no dejan de apreciarse lógicas coincidencias, pero también curiosas diferencias.

Reivindicación de Perogrullo.

Adalid defiende con entusiasmo las raíces religiosas de Europa escribiendo estos días: “afirmo que la identidad del sujeto europeo se alimenta de la matriz cristiana del amor al prójimo../.. y de él surgieron la pluralidad, la igualdad, la libertad y la solidaridad”. Hace un par de años y medio lo hacía igualmente, pero con más matices: “Europa sólo puede pensarse como el resultado de una evolución histórica de pueblos y culturas convergentes en la que han influido poderosamente dos factores: un ideal más cristiano de trascendencia y libertad y una práctica más greco-romana de racionalidad humanista y política”, si bien atribuía un gran papel en la implantación de la idea de igualdad no sólo al cristianismo, sino también al derecho romano.

No me molesta particularmente que todos parezcamos reivindicar como parcialmente nuestra la idea de Europa. No será un artefacto tan inútil como nos cuentan si desde todas las atalayas se proclaman los ladrillos propios y se les saca brillo a la primera ocasión. Un día los cristianos, otro día los liberales de toda laya hijos de la Revolución Francesa (desde los liberales tout court a los marxistas, pasando por los socialdemócratas), los ilustrados, los racionalistas, hasta los mercaderes, tan denostados en la imaginería supuestamente genuina de Europa. Parece mentira, con lo mal que en teoría va Europa, que le salgan tantos padres. Lo más consecuente sería huir de esa paternidad tan reivindicada: “Oiga, no, nosotros no tenemos nada que ver con ese desastre”. En realidad buena parte del inútil, pero estimulante, embrollo se desharía si comenzásemos a distinguir Europa como sociedad o conjunto de sociedades, como cultura, si se prefiere, de Europa como institución o sistema institucional. Claro está que la institución como tal no tiene por qué tener ni exhibir demasiados blasones filosóficos o legitimaciones históricas. Es producto de la voluntad de los europeos, es algo a su disposición, no es un ser inmanente que se les impone desde quién sabe donde. Su mayor factor de legitimación es de ejercicio, y no de origen: ha servido para que no vuelva a haber guerras entre sus socios y ha creado un espacio de derechos y de desarrollo material y moral. Debería bastarnos, no es poca cosa en términos históricos.
 
(Cont.)




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