Otra consecuencia no menor es
nuestro particular duelo con la memoria histórica en su sentido más amplio. Es
curioso como ese juicio generalizado sobre la perversidad de la historia con
esta sociedad se solventa sin aparentes condenados. Puesto que “la Historia”
con mayúsculas es la gran culpable de la situación de Extremadura, ¿para qué
andar desentrañando responsabilidades más concretas?. Hubo algunos intentos de procesos de ese tipo
(un inconcreto Madrid, las élites políticas centrales, los propietarios
absentistas, otras regiones privilegiadas por las mismas lógicas que a nosotros
nos hundían, los recurrentes caciques locales), pero al cabo todas esas
posibles responsabilidades concretas se protegían bajo el amplio manto
difuminador de, sencillamente, la historia. Y también porque ese rechazo del
pasado puso en el centro de nuestras reflexiones identitarias un elemento
novedosos y altamente perturbador, el futuro, las cuentas se dieron por
saldadas con pasmosa celeridad. Para
construir había que mirar hacia adelante, no rescatar elementos del pasado, y
con esa actitud positiva/ingenua se
produjo una implícita amnistía de las posibles responsabilidades históricas. El
rechazo de la historia fue tan radical y absoluto que ni siquiera permitió esa
rendija que otros usan todavía de modo
recurrente, traer al presente a los autores concretos de los agravios, sean los
“castellanos” para Portugal o los borbones para el nacionalismo catalán. Hubo
un muy extremeño “qué más da” que evitó distracciones de la tarea de
construcción contemporánea de la identidad. El juicio que tal actitud nos
merezca no es ahora la cuestión, habrá quien piense que fue inteligente no
aflorar culpabilidades y quien considere que las heridas mal cerradas amenazan
con infectarse. El caso es que, arrojamos sobre esa evanescente “historia” toda
la responsabilidad sobre la situación de partida.
Cáparra. |
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