Uno sabe cuando un texto lo agarra y lo lleva, lo
zarandea y lo deja reposar. Esa es una experiencia difícilmente transferible,
pero creo que sólo pasa cuando al texto no se le ven las costuras, cuando no
aparecen inconscientemente distracciones, digamos, de crítico, cuando el
vendaval, que puede ser tranquilo también, no te deja margen para el análisis
frío, para la comparación, para el descubrimiento de los resortes de eso que se
llama “el oficio”. Cuando hay oficio de verdad es cuando éste no se deja ver
por ninguna grieta. Bueno, pues
me ha pasado con “Unas vacaciones….”, y me parecía justo sumarme a las muchas
personas que te habrán dicho lo mismo en privado, que no todo va a ser la
crítica escrita de los colegas o la (des)aparición de las antologías de lo
mejor del año tan tópicas en estas fechas.
Toda la parte ensayística, la de la
fotografía, me ha servido de descanso, de meseta para recuperar fuerzas. Como
esos sorbetes de apio que te ponen entre plato y plato en los restaurantes
finos/cursis. Por sí sola hubiera sido interesante, sólo interesante si
quieres, pero la vida latía desde luego allí donde tú la habías vivido, que no
era con Gottwald o Burgin. La vida que sí me ha llegado ha sido la compartida o
conocida y transmitida de Lucía y su constelación (las lucías, en realidad), el
Rojo y su hija, tu primo, Acácia, tus padres, Joaquina, Javier y Telmo, etc. Lo
que algunos deben considerar una tenue materia literaria, eso que critican como
la actual exasperación de la anécdota personal, la nimiedad íntima elevada a
categoría literaria universal. Bueno, pues depende, de quién y cómo te la
cuente, ¿no?. Nunca imaginamos que morder una magdalena pudiera dar para tanto,
¿verdad?. Tampoco El Jarama era la vida de Marie Curie, ni nadie nos asegura
que el devenir apriorísticamente apasionante de Robespierre contenga más
literatura (más materia literaria) que la le quiera o le pueda meter su
biógrafo o glosador. No más que la tuya o la mía, en realidad, con la
diferencia de que tú sabes y quieres contar la tuya y yo tengo un pacto de
silencio con quienes podrían hacerla interesante, que tampoco es mala excusa
para disimular una cierta inidoneidad narrativa. Cualquier vida es más
interesante, compleja y reveladora que la mejor de las narraciones de esa vida;
por tanto, cualquier vida (la de los novelistas incluida) debería dar para
muchas novelas.
........................
No
te preocupes. Si algún día me decido a escribir (a escribir otras cosas, en
realidad llevo veinte años escribiendo) intentaré hurtarme a una de las peores
trampas de la vida literaria. La trampa de la segunda novela. Yo pasaré
directamente de la primera a la tercera, para ahorrarle un festín a los
críticos. En la solapa dirá que el público aguarda ansioso una segunda novela
que se hace esperar, dado que ya son más de media docena los títulos
publicados. A ti este consejo ya te ha llegado tarde. Pero tómalo como si
todavía te sirviera, nunca escribas una segunda novela, pasa directamente a la
tercera. Que se queden con las ganas de escribir todo eso de la decepción y
sinónimos.
Enero de 2005.
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