E incluso
estamos dispuestos a acoger en ese ámbito racional a quienes siempre
despreciaron la razón, a quienes denostaron la revolución de la que procede el
mundo moderno, a quienes estén dispuestos a renunciar a ser los portadores de la
única verdad y la única religión verdadera. Y todo en nombre precisamente de
esas ideas que ahora se ridiculizan como sofísticas o de Perogrullo. Pero lo
que excede toda paciencia es que vengan a darnos lecciones de cómo se ha
construido Europa, producto racional donde los haya, sistemas de pensamiento
que han defendido secularmente que el poder viene de dios, que el mundo es un
valle de lágrimas en el que es inútil buscar la felicidad, que la verdad sólo
puede conocerse por la fe y no por la ciencia y que la moral es un código
inmutable revelado por dios fuera el cual no hay sociedad armoniosa. Sólo les
ha faltado decir que los fundadores de las Comunidades eran democratacristianos.
Y es cierto, pero también hicieron el Fiat Seiscientos, sin que debamos declarar
que tal coche tiene raíces cristianas.
Adalid debería
releerse a sí mismo allí donde dice: “Yo
creo que si algo explica la sociedad occidental y el aparato de sus
instituciones es precisamente que nada procede de una revolución distante y
nada puede ser simplemente fruto de su patrón. Las revoluciones son un hecho
coyuntural en un fenómeno más amplio: la evolución de las sociedades”.
Hasta ahí, de acuerdo. Pero hay más: “Tampoco
se debe olvidar que existe una tendencia habitual, presente en todos los
individuos y en todos los colectivos humanos, a tratar de interpretar al otro a
partir de la forma propia de insertarse en el mundo y de percibir dicha
inserción”. También de acuerdo. Ahora lo que hace falta es aplicárselo,
pues lo de las revoluciones vale lo mismo para la francesa que para la que
representó Jesús, no puede ser que la Declaración de Derechos Humanos sea
prescindible para aprehender qué sea Europa y sin embargo sea ineludible
explorar la huella del mensaje evangélico para ese mismo fin. Y en relación con
los apriorismos de cada uno, pues eso vale lo mismo para los laicistas que para
los católicos, lo mismo para Adalid que para Todorov. O que para mí. Por eso,
por eso mismo, lo que procede es hacer la prueba del algodón de la discusión
racional. Y en eso estamos.
Una versión reducida de este texto se publicó en 2008. Las fotos están tomadas en el museo de la Santa Sede de la Iglesia Apostólica Armenia en Echmiadzin.
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