domingo, 13 de enero de 2013

Una voz desde el paisaje.


 
         Son ya muchos años demostrando interés y cariño a Portugal como para necesitar a estas alturas mayores coartadas a la hora de opinar, desde el respeto y la amistad, sobre cuestiones que, siendo nítidamente internas, interesan a ambos lados de la raya. En muchas ocasiones he tenido la oportunidad de dirigirme a la opinión pública portuguesa sobre la cuestión de la regionalización y las enseñanzas que podrían extraerse de la experiencia española y extremeña. Desde la época previa al referendo (¿deberíamos decir “del primer referendo”?) he sido invitado en repetidas ocasiones a todo tipo de foros lusos, tanto políticos como académicos. Y el hecho de que recientemente esas invitaciones hayan vuelto a repetirse, tras unos años de aparente desinterés, parece indicar que algo se mueve en este dossier eterno de la política portuguesa.

        
Cuando se comparan los procesos territoriales español y portugués siempre surge una acertada reflexión. En efecto, en Portugal no hay las diferencias culturales que se aprecian en España; no hay sentimientos nacionales arraigados además del portugués, no hay diferentes lenguas, ni diferentes sistemas jurídicos, ni antecedentes históricos como los españoles. Es verdad. Pero no es toda la verdad. Porque puede haber en la realidad portuguesa líneas de división como mínimo tan profundas como esas españolas y que aconsejarían repensar las tímidas soluciones territoriales ensayadas hasta ahora. La regionalización no tiene por qué ser siempre la fórmula para reforzar la cohesión en un país con tendencias políticas o sociológicas potencialmente centrífugas. La regionalización no es sólo, como parcialmente lo es en el caso español, una salida para intentar reconducir a la unidad un panorama político con tendencias debilitadoras de la unidad nacional. Es también, sobre todo, una forma de gobernar mejor el territorio, con independencia de esas otras circunstancias históricas. Extremadura y muchas otras regiones españolas son la mejor prueba. No se ha tratado en esos casos de resolver problemas de identidad o culturales. Extremadura es tan española como puedan ser portuguesas las Beiras o Alentejo. Se ha tratado, y ha sido un éxito que nadie a estas alturas discute, de un sistema que acerca la democracia a los ciudadanos, que hace realidad ese principio de proximidad (o de subsidiariedad) tan connatural a las democracias modernas, y que permite un mejor desarrollo de las potencialidades de cada esquina de un país, que saca las mejores energías de cada pueblo, de cada valle, de cada playa y de cada rincón. Unas energías que, de otro modo, parecen ser absorbidas por el remolino atractivo de las grandes ciudades, parecen ser succionadas violentamente por esas otras zonas en las que está la población, el dinero y la actividad económica. Me imagino como puede sentirse un ciudadano de cualquiera de estos pueblos de la raya cuando lee en la prensa que Lisboa es la zona europea con más autopistas.
 
 
 
                   Es a esa línea divisoria a la que me refería. En Portugal no hay varias culturas nacionales, pero hay un abismo cada vez mayor entre el litoral y el interior y esa línea divisoria entre los “dos portugales” puede requerir de políticas de articulación territorial que vayan mucho más allá de lo hasta ahora intentado. No será la existencia de regionalismos disolventes lo que aconsejará en Portugal un proceso descentralizador de corte europeo, será la fractura litoral-interior la que hará imprescindible ese proceso. Salvo que se quiera adoptar ya con los honores de un axioma incontornable esa dolorosa, por certera, frase de que “Portugal é Lisboa e o resto é paisagem”.

         Y en esa batalla agotadora por no ser sólo paisaje son necesarias voces como las que representan Fernando Palouro y el Jornal do Fundao. Desde ese despreciado paisaje, hay al menos una voz sosegada, inteligente, constante y prestigiada que pelea por existir, por ser, por tener presencia, por tener opinión y por servir a una región que ni siquiera existe todavía como tal. Y son ya 63 fecundos años en esa trinchera, nada cómoda, sosteniendo una antorcha periodística al servicio de la información y de la región. Una luz que vemos resplandecer nítidamente por encima de la raya, desde la vecina Extremadura.
 
Jornal de Fundao. Enero de 2009.

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