La onomástica será bonita, no le digo yo que no, pero anda que la hostelería. La hostelería es la ciencia de ser hospitalario y el arte de cobrar por ello. Y qué arte, en ocasiones. Los bares, restaurantes, hoteles o discotecas, como las personas (como Sue Ellen, o como Tamara/Tarima), son bautizados por sus progenitores, que inscriben esos sonoros nombres sobre los hospitalarios dinteles. También, como los padres primerizos, mientras esperan la correspondiente subvención oficial (aquí nadie abre ni un sobre sin la previa aportación pública), los ilusionados dueños de los locales pasan horas discutiendo las infinitas posibilidades que ofrece la onomástica en su rama de servicios de hostelería. Antes las cosas eran más fáciles, pues el nombre lo ponía la gente sin mayores miramientos, “Casa Fulano” o “Casa Mengano” y todos contentos. Ahora no, ahora el nombre forma parte del reclamo comercial, a veces, incluso, es el único reclamo que se ofrece y por tanto su elección es tan esencial como la de la situación , el precio o el tipo de servicios que van a ofrecerse. Y si a las pobres criaturitas les ponen Deborah, Jennifer y lindezas así, qué no harán con sus negocios, que ni siquiera de mayores podrán defenderse; no se extrañen entonces del Hotel Sheila, de Almendralejo, del Restaurante Gladys de Badajoz, del Hotel Miriam de Don Benito.
Evocadora denominación de un restaurante mexicano de Bruselas. |
Se ha llevado también mucho en nuestra tierra el
sempiterno y horterísima genitivo sajón, ya saben, la famosa “ese” final, como
en el Hostal Paco’s de Herrera del
Duque, los restaurantes Dardy’s de
Badajoz, Joiffer’s de Don Benito, Loher’s de Guijo de Granadilla, Nykol’s de Plasencia o Joy’s, de Cáceres. Tratándose de
restaurantes es imperdonable, no así en las decenas de bares apuntados al vicio
nefando sajónico, pues en estos casos sólo denota una cierta incuria
elucubrativa, una pereza incluso comprensible cuando de lo que se trata es nada
más que de proporcionar matarratas de garrafa a jovenzuelos cuyo grado etílico
previo les impide distinguir un vaso de vodka de uno de anticongelante para
motores.
De mucha mayor enjundia es el acrónimo familiar, desde el
más simple (Jaraíz, Hotel Jefi, de Jesús y Fidela; Mérida, Bar Lusi,
de Luis Simancas -¿y si se hubieran llamado Pedro Dorado o Catalina Casas?-), hasta el de vocación camufladora (Trujillo, Cafetería Benidor, de Beni y Dorita), para llegar al colmo del surrealismo, al cadaver exquisito
producto de la conjunción de dos universos, the
best of both worlds: Villafranca, Salón
Rociero Tiffanny’s. Es como un verso atrevido, como una maravillosa pequeña
conmoción interior, un hallazgo sencillamente brillante, como el de Pez Soluble, ese extraño ser que dotado
de todas las características de sus congéneres, se disuelve como azucar al
entrar en contacto con el agua.
Térsites Brusquet.
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