sábado, 5 de enero de 2013

Extremadura y Europa. Una relación “cenéfica” (1)


                     La nuestra es, en efecto, una relación “cenéfica” (1). Inventar la tradición es un ejercicio contemporáneo utilitario y frecuente, si bien suele disimularse. Asumir a las claras la invención de tal tradición requiere mayor desparpajo (2). Y no digamos admitir sosegadamente la mixtificación. Pero no es menos gratificante desde el punto de vista intelectual. Ni menos esclarecedor, en lo que nos toca, sobre nuestra realidad secularmente excéntrica. Tiene Extremadura una relación con Europa tan reciente como la que tenemos con, no sé, Indonesia. Pero hemos hecho al respecto algo más de literatura. Ésa es la sola diferencia.

                      Si España ha sido durante los últimos siglos una antigua potencia marginal reconcentrada en la exploración de sus desdichas y de su irrelevancia respecto del entorno continental, pequeña excrecencia geográfica de una, al fin y al cabo, no mucho mayor península asiática llamada Europa, Extremadura ha sido recóndita periferia aislada dentro de un suburbio europeo deliberadamente aislacionista. Más cul de sac, al fin y al cabo, que un Portugal empujado al océano por su inveterado temor a la succión castellana. Ellos al menos tenían esa enorme fachada marítima desde la que proyectar colectivamente sus miedos hasta los otros confines del mundo. Los nuestros tenían (no sería correcto escribir “nosotros teníamos”) que saltar hacia los puertos del sur para, individualmente, huir del paritorio de los dioses hacia los túmulos del poder, el dinero y la gloria. O hacia, tanto da, los muladares anónimos en los que también se pudrió la ambición ultramarina. He ahí nuestro corto párrafo americano en los manuales de historia universal. Emborronado además por desenfoques interesados, más que por conspiraciones universales con las que durante siglos justificamos los extremeños nuestra incómoda insignificancia colectiva.
 
 
                      
                Asumidamente “cenéfica”, reconstruida con materiales más o menos artificiales y discrecionales, la relación de nuestra región con su entorno europeo está hecha de estucos más que de vigas, de purpurina más que de oleos y de leyendas más que de historias. Ha sido una relación telemática avant la lettre, un levísimo acceso carnal de los que no dejan huella, del tipo del de la luz atravesando un cristal. Lo que nos obliga a escudriñar, en actitud detectivesca, los discos duros que contienen el historial en busca de archivos protegidos por códigos cifrados. Y en el supuesto de que no aparezcan, e interese mucho (como interesa) hallar pruebas de tal relación, dejar caer indicios asumidamente ficticios, un rastro de pruebas falsas, como los policías justicieros del cine a los que no se les pone nada por delante para llegar a las conclusiones previamente establecidas.              
 
                      Y la conclusión previamente establecida es que, como no podía ser menos, existe una antigua, profunda y fructífera relación entre esas realidades hoy conocidas como Europa y Extremadura. Una compleja trama de sutiles, pero resistentes, relaciones que ligan, ya para siempre, dos destinos paralelos. No en vano quizá pudo caber a un extremeño el honor de inaugurar la expresión “europeos” para referirse a los que hoy conocemos como tales. Digo “quizá”, rebajando el grado de “cenefismo”, para no caer de bruces en el anatema académico al respecto. Porque, en efecto, se atribuye al cronista medieval llamado Isidoro Pacensis, supuesto autor de la denominada “Crónica Mozárabe” datada en el año 754, el primer uso registrado del término “europenses” para referirse a los soldados galos y germanos que triunfaron en Poitiers y detuvieron en esa zona el avance árabe hacia el corazón del continente. Así pues, este remoto Isidoro de Badajoz es el ancestro que nos enorgullece al haber escrito esas letras en latín, el primer bautista de los europeos en el sentido moderno del término. Eso si hacemos caso a uno de los padres fundadores de la Europa moderna (3).
                       Si no le hacemos caso, como suele ser la práctica política al uso, podemos plantear algunas preguntas molestas. Una sería si ese Isidoro Pacensis era pacensis por parte de “Pax Augusta”, es decir, Badajoz, o por parte de “Pax Iulia”, es decir, la portuguesa Beja. Lo que nos deja ya sólo con la mitad de las probabilidades de atribuirnos colectivamente, nosotros los extremeños, haber alumbrado el nombre de la cosa. Y eso si no admitimos de plano (como ha hecho la concejalía de festejos de Badajoz por la vía de hecho atribuyendo la fundación -que no la refundación- a Ibn Marwan), la hipótesis académica de que no hubo tal ciudad romana en esa ribera del Guadiana y que el gentilicio no es más que la consecuencia de un error de transcripción de la época de la reconquista. Que la romanidad pacense, acabáramos, es también atribución “cenéfica” y putativa y que la medalla del bautismo europeo se nos escurre irremediablemente hacia tierras alentejanas. Claro que, como pequeña venganza a la que no habríamos recurrido de no haber tenido tan mala suerte, podemos ahora acogernos a las tesis de que no existió tal Isidoro Pacensis y que se trataba nuevamente de un error de transcripción en la referencia a Isidoro Hispalensis, lo que es mediano consuelo al dejar el vocablo, por ahora, en manos sabias, santas y sevillanas. No sólo no estuvimos en Poitiers, sino que tampoco lo contamos. Nuestro gozo europeo originario en un pozo de errores medievales de transcripción.
 
(Cont.)
(1) HIDALGO BAYAL, G. (2001): “La condición cenéfica”, Diario Hoy, 17 y 18 de julio. Luminoso artículo que es un agudo análisis sobre, entre otras cosas, la reinvención de las tradiciones populares por las personas cultas. “Cenéfica” es la expresión que inventa Gabriel y Galán para “plebeyizar” convenientemente la expresión culta “Muy Benéfica”, que es el título que la reina otorga a la ciudad de Plasencia en el poema homónimo de “Extremeñas”. Cenéfico sería, en la acepción a que me acojo (y recreo “cenéficamente”), ese extendido interés por detectar raíces y tradiciones inveteradas y espontáneas allí donde no hay sino recreaciones y simulacros contemporáneos e intelectualizados. Lo cenéfico es tan explicativo que debería extenderse universalmente como categoría de análisis; lo raro es que no lo haya hecho ya. Por mi parte, pongo mi granito de arena para el enriquecimiento de nuestro aparato epistemológico regional.
(2) GARCÍA CALVO, A. (1983): Letra del Himno de la Comunidad Autónoma de Madrid. “..Y yo soy todos y nadie, político ensueño”.
(3) ROUGEMONT, D. de (1961): Vingt-huit siècles d’Europe. 1961. Hay traducción española. Tres Milenios de Europa. La conciencia europea a través de los textos. Madrid: Ed. Veintisiete Letras.




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