Yuste ha sido
desde siempre un monasterio, un lugar religioso. Desde luego para la gente de
la Vera lo era, y recuerdo que muchas personas acudían a la misa allí los
domingos de buen tiempo.Una cierta burguesía local a la que le parecía de buen
tono distinguirse incluso en esto, poniendo distancia con las parroquias de los
pueblos circundantes. Un esnobismo, incluso. Pero desde otro punto de vista y
desde fuera de ese ámbito vecinal fue también un símbolo imperial al gusto del
franquismo. Remitía a las viejas glorias patrias, a las gestas imperiales del
imaginario fascista español, a los mismos símbolos que había recuperado el
régimen para legitimarse históricamente, para entroncar con aquella España luz
del mundo y martillo de herejes. En un pasillo del Colegio César Carlos de
Jaraíz estaba escrito con letras góticas (cómo no) el himno del centro, que
reflejaba con rara precisión esa conexión de Yuste, y por extensión de toda la
comarca, con el imaginario protoconservador hispánico: “Somos los niños de La
Vera, lanzas del César y de su honor; hoy nuestro imperio es nuestra escuela, y
en ella nunca se pondrá el sol. Era la primavera...”. No era Yuste sólo, ni
siquiera principalmente, un referente religioso, ni un gran centro de
peregrinación o culto. Es más, la decisión de trasladar a su entorno los restos
de los soldados alemanes dispersos por toda España y muertos a lo largo del
siglo XX vino a subrayar mucho más el elemento histórico de la conexión con ese
centro europeo reflejado en la coletilla “Quinto de Alemania” que el puro
perfil religioso, como seguramente también se pretendía. Esas cruces ordenadas
en medio de los olivos atraen a los alemanes por alemanes, mucho más que por
cristianos, he tenido ocasión de comprobarlo en alguna ocasión. Paran, e
incluso rezan, o dejan escritas unas líneas, porque se trata de soldados
alemanes, no porque sean muertos cualesquiera de cualquier guerra pasada.
Por estas y
otras razones, poco a poco, se está convirtiendo en nuestro símbolo más
europeo, nuestro eslabón de conexión espiritual con Europa. Es verdad que se
trata de una “tradición inventada” y de que tiene mucho de impostación, pero el
caso es que funciona a las mil maravillas y se consolida cada año con los
Premios Carlos V y el excelente trabajo de la Academia homónima. Y comienza a
suplantar a Guadalupe como un elemento identitario de perfil cívico o laico y,
como mínimo, de la misma entidad. Lo que, dicho sea de paso, permitirá a
Guadalupe concentrarse en su faceta más genuinamente religiosa, a mi entender.
Menos de
ochenta y dos kilómetros, pero todo un mundo simbólico diferente, todo un
universo de referencias distintas, quizá reflejo de esos procesos sociales que
se están dando en Extremadura sin que haya demasiada reflexión sobre ellos.
Ochenta y dos kilómetros que se iniciaban de rodillas, mirando al pasado y
hacia el sur americano y que en afortunada peregrinación culminan de pié,
mirando al futuro y hacia el norte y Europa.
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