Tanto ajetreo en los trenes
correo nos sugiere descansar en las amenas florestas de la Vera, donde se
despereza el nuevo mito laico de la espiritualidad europea de Extremadura. Y no
es un proceso falto de interés éste de la progresiva sustitución en el
imaginario colectivo extremeño de un lugar religioso y vinculado históricamente
con América, Guadalupe, por este otro laico y ligado a Europa, Yuste. Es un
signo de los tiempos., El traspaso sentimental desde Guadalupe a Yuste no deja
de ser una muestra más de la secularización de la sociedad extremeña, pero
también de la necesidad de conservar espacios sagrados, altares, aunque lo sean
desde otro punto de vista mucho más terrenal y cívico. Yuste, yo me he criado
en una escuela desde cuyas amplias ventanas se divisaba el monasterio, no tenía
esas connotaciones europeas hace no tantos años. Yuste era una referencia
imperial, en el sentido franquista de la historia y del vocablo. Yuste era la
conexión con las grandezas del pasado patrio y no tenía nada que ver con esa
Europa dibujada por el régimen como una taberna ruidosa llena de masones,
marxistas, liberales y demócratas, todos antiespañoles y tendentes por ello a
la depravación moral. Yuste, lo decía el himno del Colegio Público “César
Carlos” de Jaraíz, era parte de un discurso en el que “somos los niños de la
Vera lanzas del César y de su honor”, de un discurso en el que “hoy nuestro
Imperio es nuestra Escuela, y en ella nunca se pondrá el sol”. Schumann no
salía por ningún lado en el texto escrito con letras góticas en la pared del
amplio pasillo. Ni Schumann, ni Monnet, ni Adenauer, ni Churchill. Yuste era el
retiro imperial, pero de un imperio españolísimo sobre cuyo carácter meteco
sólo algo borroso se dejaba adivinar en aquello de “..y Quinto de Alemania”.
Y sin embargo, en efecto, con esos endebles mimbres históricos, algo se eleva hacia Europa desde Yuste. Alguna conexión sentimos, a pesar de su resplandeciente artificiosidad. Lo que indica una vez más que sí, que las tradiciones se inventan como tales tradiciones incluso antes de poder ser lógicamente tales, antes del paso del tiempo. Es la potencia irrefrenable de “lo cenéfico”, una conexión acertada que hace saltar la chispa allí donde antes la humedad ambiente hacía imposible el surgimiento del fuego. Una reinvención mixtificadora que mezcla unas pocas gotas de verosimilitud con fuertes dosis de atrevimiento y que, “sin embargo, se mueve”. Aquisgrán acogió la coronación de Carlos y Yuste su muerte. Aquisgrán es sede del Premio Carlomagno y del círculo cultural “Corona Legentium Aquensis” desde los años cincuenta. Yuste es sede del Premio Carlos V y de la Academia Europea homónima desde los noventa. No es muy original, pero funciona. Y con prodigiosa celeridad en términos históricos, hoy Yuste es nuestro más sólido eslabón de conexión con la idea de Europa de un modo difícilmente rebatible, habiendo perdido por el camino los no menos artificiales adornos imperiales de cuño franquista. De una impostura a otra, vamos creando y asumiendo nuestra nueva identidad regional con una desenvoltura que para sí quisieran nuestros émulos nacionalistas. Al paso que vamos, si Yuste ya no puede concebirse para nosotros sino como una referencia europea, pronto llegará el día en que la propia Europa sea inconcebible (al menos para nosotros) sin la referencia de Yuste, tales son nuestro atrevimiento y determinación.
Luego ha estado todo eso que hemos hecho estos años, sentirnos orgullosos de tener el carnet del club de las democracias respetables, gastar más o menos bien los fondos estructurales, ir dando pasitos por los pasillos bruselenses, prudentes primero, atrevidos después, mostrarnos irreductiblemente proeuropeos en cada elección o consulta, mirar (por fin) hacia Portugal. Pero ya como parte del nuevo catecismo continental asumido sin sarpullidos, obedientemente europeístas, dócilmente europeos, abducidos por la batuta bruselense, mecidos sobre el lomo caliente del toro raptor. Acostumbrados a ser extremeños de tan brava forma, cargando esa tensión y ese impulso casi suicida; no menos acostumbrados a ser españoles satisfechos de tales y molestos por las deslealtades ajenas; somos sin embargo europeos acomodaticios y blandengues, siempre dispuestos a recibir y remolones a la hora de dar. Nuestro superficial europeísmo nada tiene que ver con nuestro sentimiento regional, exhibición impúdica de una identidad recién estrenada, o nuestro temple español, actitud ésta recelosa y reactiva con quienes percibimos como amenazas al proyecto común. Nuestro europeísmo es, como se decía del lábil sentimiento constitucional español en el XIX, una pellada de yeso sobre un muro de granito (6). Claro que, si al yeso le pintamos unas vetas oscuras, cenéficas, casi podría pasar por mármol. Y en esa reinvención de la solidez de nuestro europeísmo estamos, atribuyéndonos dureza de mármol allí donde sólo hay escayola soluble sobre un granítico sentimiento extremeño y español.
Por todo ello, la relación histórico-geográfico-social entre Extremadura y Europa conduce a este cronista a una inenarrable melancolía, perfectamente antagónica y envidiosa de la satisfacción de otros por haberse encargado de escribir la entrada “Extremadura y Portugal” o “Extremadura y América”. Las cosas a veces se definen certeramente por lo que no son. Éste es el caso.
(5) PIZARRO GÓMEZ, F. J. y
RODRÍGUEZ PRIETO, M. T. (2003): Yuste. El Monasterio y el Palacio de Carlos V.
Badajoz: Fundación Caja Badajoz.
(6) GAUTIER, T. (1856): Voyage en Espagne, Paris: Charpentier Ed., pag. 20.
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