miércoles, 9 de enero de 2013

Extremadura y Europa. Una relación "cenéfica" (y 3)





                 Tanto ajetreo en los trenes correo nos sugiere descansar en las amenas florestas de la Vera, donde se despereza el nuevo mito laico de la espiritualidad europea de Extremadura. Y no es un proceso falto de interés éste de la progresiva sustitución en el imaginario colectivo extremeño de un lugar religioso y vinculado históricamente con América, Guadalupe, por este otro laico y ligado a Europa, Yuste. Es un signo de los tiempos., El traspaso sentimental desde Guadalupe a Yuste no deja de ser una muestra más de la secularización de la sociedad extremeña, pero también de la necesidad de conservar espacios sagrados, altares, aunque lo sean desde otro punto de vista mucho más terrenal y cívico. Yuste, yo me he criado en una escuela desde cuyas amplias ventanas se divisaba el monasterio, no tenía esas connotaciones europeas hace no tantos años. Yuste era una referencia imperial, en el sentido franquista de la historia y del vocablo. Yuste era la conexión con las grandezas del pasado patrio y no tenía nada que ver con esa Europa dibujada por el régimen como una taberna ruidosa llena de masones, marxistas, liberales y demócratas, todos antiespañoles y tendentes por ello a la depravación moral. Yuste, lo decía el himno del Colegio Público “César Carlos” de Jaraíz, era parte de un discurso en el que “somos los niños de la Vera lanzas del César y de su honor”, de un discurso en el que “hoy nuestro Imperio es nuestra Escuela, y en ella nunca se pondrá el sol”. Schumann no salía por ningún lado en el texto escrito con letras góticas en la pared del amplio pasillo. Ni Schumann, ni Monnet, ni Adenauer, ni Churchill. Yuste era el retiro imperial, pero de un imperio españolísimo sobre cuyo carácter meteco sólo algo borroso se dejaba adivinar en aquello de “..y Quinto de Alemania”.

             Al fin y al cabo, ¿por qué Yuste habría de ser nuestra conexión más nítida con Europa?, ¿sólo porque un emperador, un emperador de tantos, decidió venir a morirse aquí?. Yuste debió ser entonces como la idea de Babia ahora, un lugar que sólo existe para sus lugareños, pero que para los otros es el no-lugar, el lugar inexistente. “Morir en Yuste” no es muy diferente a “estar en Babia”. Lugares reales que remiten a espacios inexistentes, que equivalen a morir en cualquier sitio o a estar en ningún lado. Al contrario de lo que hemos construido alrededor de la idea del viejo gotoso, quizá su intención no era ni siquiera morir en un lugar recóndito, sino que le dejaran morirse en paz, lejos de Europa y de sus agotadores conflictos. Quizá quería, precisamente, un lugar insignificante, no en el sentido de la importancia, sino literalmente un lugar sin significado, un lugar al que no se le pudiera sacar punta, un lugar casi no-lugar, un espacio de cero dimensiones políticas. Todo el posterior montaje alrededor no es sino reinvención romántica (ese Jeromín atildado presentándose a su augusto padre en el óleo de Rosales de 1869, ese Carlos primorosamente rejuvenecido y atento al golem de Turriano en el de Jadraque de 1877) o recreación paramédica (la tediosa crónica de las enfermedades imperiales tan de moda últimamente). Ni siquiera su cadáver nos dejó el muerto, como para subrayar que en realidad nunca estuvo en el lugar inexistente. Ni el muerto, ni sus cuadros, ni sus relojes, ni sus libros, ni sus muebles. Casi ni monjes. Todo es decorado, todo es simulación, todo es copia, todo es simulacro, todo es recreación posterior (5). Un Yuste posmoderno sobre el que hemos arrojado todo tipo de guirnaldas significantes para esconder una desnudez tan hiriente. Eppur si muove.

            Y sin embargo, en efecto, con esos endebles mimbres históricos, algo se eleva hacia Europa desde Yuste. Alguna conexión sentimos, a pesar de su resplandeciente artificiosidad. Lo que indica una vez más que sí, que las tradiciones se inventan como tales tradiciones incluso antes de poder ser lógicamente tales, antes del paso del tiempo. Es la potencia irrefrenable de “lo cenéfico”, una conexión acertada que hace saltar la chispa allí donde antes la humedad ambiente hacía imposible el surgimiento del fuego. Una reinvención mixtificadora que mezcla unas pocas gotas de verosimilitud con fuertes dosis de atrevimiento y que, “sin embargo, se mueve”. Aquisgrán acogió la coronación de Carlos y Yuste su muerte. Aquisgrán es sede del Premio Carlomagno y del círculo cultural “Corona Legentium Aquensis” desde los años cincuenta. Yuste es sede del Premio Carlos V y de la Academia Europea homónima desde los noventa. No es muy original, pero funciona. Y con prodigiosa celeridad en términos históricos, hoy Yuste es nuestro más sólido eslabón de conexión con la idea de Europa de un modo difícilmente rebatible, habiendo perdido por el camino los no menos artificiales adornos imperiales de cuño franquista. De una impostura a otra, vamos creando y asumiendo nuestra nueva identidad regional con una desenvoltura que para sí quisieran nuestros émulos nacionalistas. Al paso que vamos, si Yuste ya no puede concebirse para nosotros sino como una referencia europea, pronto llegará el día en que la propia Europa sea inconcebible (al menos para nosotros) sin la referencia de Yuste, tales son nuestro atrevimiento y determinación.

  

          Luego ha estado todo eso que hemos hecho estos años, sentirnos orgullosos de tener el carnet del club de las democracias respetables, gastar más o menos bien los fondos estructurales, ir dando pasitos por los pasillos bruselenses, prudentes primero, atrevidos después, mostrarnos irreductiblemente proeuropeos en cada elección o consulta, mirar (por fin) hacia Portugal. Pero ya como parte del nuevo catecismo continental asumido sin sarpullidos, obedientemente europeístas, dócilmente europeos, abducidos por la batuta bruselense, mecidos sobre el lomo caliente del toro raptor. Acostumbrados a ser extremeños de tan brava forma, cargando esa tensión y ese impulso casi suicida; no menos acostumbrados a ser españoles satisfechos de tales y molestos por las deslealtades ajenas; somos sin embargo europeos acomodaticios y blandengues, siempre dispuestos a recibir y remolones a la hora de dar. Nuestro superficial europeísmo nada tiene que ver con nuestro sentimiento regional, exhibición impúdica de una identidad recién estrenada, o nuestro temple español, actitud ésta recelosa y reactiva con quienes percibimos como amenazas al proyecto común. Nuestro europeísmo es, como se decía del lábil sentimiento constitucional español en el XIX, una pellada de yeso sobre un muro de granito (6). Claro que, si al yeso le pintamos unas vetas oscuras, cenéficas, casi podría pasar por mármol. Y en esa reinvención de la solidez de nuestro europeísmo estamos, atribuyéndonos dureza de mármol allí donde sólo hay escayola soluble sobre un granítico sentimiento extremeño y español.           

         Por todo ello, la relación histórico-geográfico-social entre Extremadura y Europa conduce a este cronista a una inenarrable melancolía, perfectamente antagónica y envidiosa de la satisfacción de otros por haberse encargado de escribir la entrada “Extremadura y Portugal” o “Extremadura y América”. Las cosas a veces se definen certeramente por lo que no son. Éste es el caso.


(5) PIZARRO GÓMEZ, F. J. y RODRÍGUEZ PRIETO, M. T. (2003): Yuste. El Monasterio y el Palacio de Carlos V. Badajoz: Fundación Caja Badajoz.
(6) GAUTIER, T. (1856): Voyage en Espagne, Paris: Charpentier Ed., pag. 20.

 


 

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