lunes, 7 de enero de 2013

Extremadura y Europa. Una relación "cenéfica" (2)

 
 
            Nuestra relación con América nace de los que se fueron para allá, del mismo modo que nuestra relación con Europa se basa en los que se fueron para allá. No parece que hayamos fundado relaciones e identidades compartidas acogiendo a gentes que vinieran para acá. Todavía no, al menos. Conquistamos América, se decía así; pero no nos dejamos conquistar por los muy europeos soldados de Napoleón, ni tampoco seducir por sus enemigos británicos, nuestros aliados. Ni siquiera nos sabíamos merecedores de loores patrióticos al calor de las oportunísimas celebraciones de la llamada Guerra de la Independencia, heroica carne de novelas de reverte y de fastos oficiales concebidos para molestar nacionalistas melindrosos. Hacer el dos de mayo madrileño no debió ser fácil, pero mucho más difícil fue mantener el tres, el cuatro y así sucesivamente hasta el final de la guerra en esta frontera, ocultando hijos varones, caballos y grano de los intendentes del ejército aliado, hasta la más literal extenuación. Nos bastaba con un poema de Byron para certificar La Albuera (4), una mirada hosca por las requisas de tiempos de guerra y vuelta a nuestro ensimismamiento. Napoleón no había conseguido meternos a capones en Europa, uf!.
             Lo hizo Franco, discretamente ayudado por sus ministros de economía. A mediados de los cincuenta del siglo pasado, para tratar de ordenar un éxodo desde las zonas rurales españolas a Europa se crea el Instituto Español de Emigración. Hasta entonces se trataba de un flujo desordenado, caótico, personal, aventurero incluso. Luego tuvo honores hasta de tratados bilaterales con Alemania, Francia, Suiza y Holanda. Era la organización del desastre demográfico de media España y de toda Extremadura. Nuestro precedente más cercano de relación colectiva con Europa ha sido la emigración. Nuestra más reciente y directa percepción de lo “extranjero” eran las inextricables telefonistas francesas y el cambio de los marcos alemanes a pesetas. Y, claro está, las películas del protolandismo sobre el heroico, honrado, noble y trabajador emigrante español (extremeño a veces), acuciado por un entorno laboral masculino decididamente hostil y uno femenino no menos decididamente tentador. Europa no dejaban de ser aquellos bikinis, de factura y color improbables, de las nórdicas del cine de barrio español.
 
              Hemos sembrado las pensiones de Europa de cajas de cuétara atadas con una guita. Pasaron los padres, abuelos y tíos de ser destripaterrones rencorosos y reconcentrados a sindicalistas parlanchines y reivindicativos. Pasaron de ser, con qué agudeza se ha dicho, los cobardes que huían de un entorno hostil a ser los valientes que se atrevían con un ambiente adverso. Pasaron de ser, con que agudeza se ha dicho (siendo lo contrario), los valientes que se enfrentaban a las bárbaras costumbres laborales y gastronómicas del norte a ser los cobardes que no se arremangaron para sacar adelante a su familia y a su tierra al mismo tiempo. Héroes y villanos, pues, janos extremeños de dos rostros, llevan en sus pasaportes y en su alma la doble herida de haber partido y nunca haber llegado del todo. Pero son, a pesar de ello, nuestra más sólida ancla en la entraña europea, todavía no superada por el creciente, pero gaseoso, espíritu Erasmus.
            Había un carácter muy europeo en la emigración extremeña. Sí, porque los hombres se iban al “extranjero”, a Europa, pero no elegían su destino concreto. Los gobiernos demandaban trabajadores de tales características y las administraciones españolas hacían reconocimientos médicos y enviaban a los peticionarios aquí o allá, en una especie de borgiana lotería de babilonia que hacía exclamar por las tabernas “me ha tocado Holanda” y por los lavaderos “a mi marido le ha tocado Alemania”. Sólo después se organizaron las redes de tracción local que concentraban a los de un pueblo extremeño en una ciudad concreta.
(Cont.)
 
(4) BYRON LORD G. G. (1812/18): Childe Harold’s Pilgrimage (Canto I, estrofa XLIII). Unos pocos versos vibrantes, pero no excelentes, dedicados a la batalla de La Albuera. Y sin embargo sólo había visitado la zona dos años antes del hecho bélico. Así pues, lo reconstruyó cenéficamente después poblando un vacío paisaje débilmente rememorado de la “gloria y el dolor” que debió conocer por las crónicas. Menos cenéfica es la descripción del cualificado protagonista General Castaño, quien relata a Wellington como se sucedieron los ataques y las maniobras durante siete horas, “bajo fuertes aguaceros” y en “un profundo silencio” en la Gazeta de la Regencia de España e Indias de 24 de mayo de 1811, num. 70, pags. 549 y ss. Episodio extremeño plenamente europeo, el barro de La Albuera enrojeció con sangre española, inglesa, francesa, portuguesa y polaca. De ahí quizá lo bien que se da en la zona la garnacha tinta.
 
 
 



No hay comentarios:

Publicar un comentario