La
cuestión es que se han ido acumulando sobre esa relación todo tipo de ruidos
ambientales, hasta tal punto que ya resulta complejo incluso para los más
avisados discernir cuanto hay de diferencia de hecho pura y dura, cuanto de
legítimas posiciones divergentes, cuanto de incomunicación y prejuicios, cuanto
de tópicos y cuanto de leyenda. O cuanto de silencio sobre lo mucho que nos
une. Y no sólo hay ruido por lo que hayamos dicho desde ambos espacios, sino
también por lo que se haya dicho desde fuera de ellos, porque también desde
otros ámbitos resultaba funcional situarnos en ambos extremos de un eje. De
modo que la mera alusión a que sobre tal o cual asunto relevante de carácter
territorial Cataluña y Extremadura estaban de acuerdo parecía dejar en fuera de
juego a todos los demás que pudieran tener la tentación de no estarlo. Había
una extraña fuerza centrípeta en esa pinza opresiva; ¿cómo se podía concebir
estar más allá de Cataluña o más allá de Extremadura en tal o cual cuestión?, eso no era posible al menos en los límites de la física política española del
último cuarto de siglo. Hubiera hecho falta otra física política, otro
paradigma desde el que entender la realidad territorial española, una especie
de cuántica política hispana en la que la curvatura del espacio, el principio
de indeterminación o la imposibilidad de la observación objetiva de la realidad
permitiese otra forma de explicar el entorno. Y en esas estamos, debiendo
elegir entre la física clásica de Newton, según la cual estaríamos condenados a
no entendernos, o una nueva cuántica social desde la que explorar con nuevos
instrumentos el presente y el futuro de nuestras relaciones como pueblos.
Le
hemos hecho un enorme favor a este país al ejemplificar con denodada constancia
las leyes del péndulo, pero ahora podríamos dejar ese cansado papel a otros, a
quienes lo quieran, y dedicar algún esfuerzo a conocernos mejor, fuera de la
escena y de los focos, fuera de los arquetipos de comedia del arte que nos
hemos colgado mutuamente y que nos hemos dejado colgar (el avaro mercader
Pantalón y Arlequín el criado de las ropas remendadas) y lejos de las estériles
esgrimas de las portadas. Ahora podríamos ensayar esa otra física moderna en la
que los extremos se tocan.
No se
trata de anunciar boda, no. Sino de explorar la posibilidad del cortejo. Ese
antiguo que implicaba conocimiento y paciencia. No éste de la inesperada noche
de amor y el inmediato tránsito del tálamo estudiantil al carrito de Ikea. Que
esos luego duran lo que duran la pasión y los susodichos muebles, un suspiro.
No se trata de tampoco de establecer esos ejes políticos con ínfulas
geoestratégicas y que duran lo que la coyuntura, menos que los muebles. Se
trata sobre todo de ponernos de acuerdo en la mera conveniencia de conocernos
mejor, de derribar tópicos y prejuicios, de limpiar telarañas y de mirarnos con
más curiosidad que desconfianza. Y luego podremos estar de acuerdo en que hay
cosas sobre las que estamos en desacuerdo, pero habremos despejado de la
ecuación la incógnita perniciosa de la inquina y la incomunicación. Tras tantos
años de frontón, es algo que nos debemos mutuamente catalanes y extremeños y
que deberíamos dejar encarrilado para quienes vayan a educarse con menos
necesidad de autoafirmación que nosotros.
Somos
realidades complejas y relativamente distantes. No es tarea fácil esa del
conocimiento y la empatía, pero seguro que alguna experiencia similar podemos
poner ambos sobre la mesa. En el caso de Extremadura hay una iniciada hace
menos de veinte años y que parece haber fructificado y dado la vuelta por
completo a la realidad anterior, el acercamiento a Portugal. Del más
generalizado y profundo desconocimiento a una cierta “especialización”
portuguesa de Extremadura. Y quizá algo similar pueda representar en Cataluña
la relación con Escocia o con Québec. Muchas de las políticas o de los
instrumentos nos son inservibles, pero otros muchos podrían ensayarse. La
importancia del conocimiento de la cultura y la lengua, el valor del
conocimiento de la historia común, el papel esencial de los medios de
comunicación respectivos, el peso del talante público de las instituciones y
sus representantes, la necesidad de la constancia, la conveniencia de limitar
la ambición, en fin, muchas de las perspectivas y actitudes que hemos ensayado
con éxito en otros ámbitos de relación. Se trata de seleccionar por dónde
empezar para dar la señal de salida a ambas sociedades, para poner un hito en
el camino, para ensayar un rubicón a partir del cual conjurarnos respecto del
diálogo como único método de relación verdaderamente fructífero a largo plazo.
La impresión de Enric Juliana sobre el encuentro de 2009 en Alcántara, en http://hemeroteca.lavanguardia.com/preview/2009/12/06/pagina-23/80006515/pdf.html?search=juliana
La impresión de Enric Juliana sobre el encuentro de 2009 en Alcántara, en http://hemeroteca.lavanguardia.com/preview/2009/12/06/pagina-23/80006515/pdf.html?search=juliana
Extremadura es una de las principales víctimas del Nacionalismo Catalán. España roba a Cataluña y se lo da a esos extremeños. De ahí no los vas a sacar nunca Nacho y lo más desalentador es que les funciona la estrategia.
ResponderEliminarMiguel Ángel Valle
Twitter: @mangelvm